Milton Medran Moreira
Editorial de Opinião. Órgano del Centro Cultural Espírita de Porto Alegre, Brasil.
Abril de 2020.
Hay una distinción fundamental entre el espiritualismo místico y el racional. Aquél está vinculado al pensamiento mágico, en cuanto el segundo tiene en la razón sus sólidos soportes.
Fruto madurado del Iluminismo que lo antecedió, el espiritismo iluminó con el resplandor de la razón cuestiones que el misticismo religioso había aprisionado en el cuarto oscuro del misterio.
El pensamiento mágico y la actuación mágicos se nutren y sobreviven del misterio. Usted puede, si lo desea, interpretar asuntos como la existencia de Dios, del espíritu, de su supervivencia después de la muerte y su comunicabilidad con el mundo material, a partir de los llamados del misterio. Las religiones optaron por envolver cada una de esas cuestiones en dogmas que no dependen de la interpretación racional o no son susceptibles a su análisis.
Ya el espiritismo, histórica extensión y condensación doctrinaria del moderno espiritualismo racional, encontró en la propia razón y en las ciencias humanas elementos de demostración experimental y consecuente convicción filosófica.
Todos quienes nos declaramos espíritas somos impulsados, en cada episodio de nuestra vida individual o social, a certificar si los valores tenidos por nosotros como espíritas, están vinculados efectivamente al ámbito de la razón o si todavía tendemos, por atávicas influencias religiosas, a interpretarlos a partir del pensamiento mágico.
Vivimos en este momento un grave episodio de alcance mundial en el campo de la salud pública que puede, como muchos otros fenómenos de la vida, ser interpretado y combatido tanto a partir del pensamiento mágico como del racional.
Estaremos vinculándolo al pensamiento mágico, por ejemplo, si atribuimos su origen a la iniciativa y a la acción de un ser angelical, agente de la justicia correctiva de un dios represor, que se muestra cansado de las maldades humanas, pero, al mismo tiempo, misericordioso por salvaguardar a la humanidad de una destrucción drástica y dolorosa. Igualmente estaremos dando posibilidades al atavismo mágico si buscásemos la solución de los males físicos causados por un virus, que es producto de la naturaleza, recurriendo a procesos curativos sobrehumanos y excluidos de la ciencia y del mundo natural.
No hay, en la interpretación racional y librepensadora espírita, ningún desprecio por las causas espirituales de los males humanos o por la posibilidad de la intervención de los espíritus en el campo terapéutico. Entre tanto, no se puede perder de vista que:
a) El hombre es un complejo biológico/espiritual/social en cuya intimidad se deben armonizar todos esos componentes, los cuales precisan siempre ser observados y administrados conjuntamente;
b) La más eficiente expresión de la comunicabilidad entre las dimensiones material y espiritual no se da por procesos impregnados de misticismo y misterios, sino que tiende a perfeccionarse mediante la fina sintonía entre encarnados y desencarnados, detentores en sus respectivos planos, de conocimientos capaces de aliviar o poner fin a los sufrimientos humanos.
Ahora bien, si en el mundo espiritual, un ente desencarnado y, efectivamente, poseedor de conocimientos capaces de traer la curación de alguna patología aquí todavía incurable, su esfuerzo preferencial ha de dirigirse justamente a las mentes encarnadas aplicadas a ese mismo objetivo. Es a partir de ese proceso, mente a mente, entre la humanidad encarnada y desencarnada, que se producen los grandes descubrimientos y los avances científicos y del pensamiento humano.
En ese orden de ideas, es siempre deber de los espíritas buscar en la propia naturaleza humana –en la cual conviven el error, el acierto, las experiencias exitosas o equivocadas- el camino del perfeccionamiento físico, intelectual y moral de la humanidad. Ahí la ciencia asume capital importancia para la correcta y racional resolución de los grandes problemas humanos.
Entiéndase como ciencia todas las áreas del conocimiento, de la biología al derecho, de la química a la pedagogía, de la medicina a la psicología, instancias todas ellas sujetas a una ética de validez universal. El intercambio espiritual, área específica desarrollada por el espiritismo, debe tener como objetivo justamente la búsqueda de una síntesis de todos esos conocimientos, en una perspectiva centrada en la realidad de la existencia del espíritu y en la comunicabilidad entre la humanidad encarnada y desencarnada, en acciones donde estén presentes el amor y la racionalidad, distanciados de misticismos y supersticiones.
La ciencia, vista bajo una perspectiva inmortalista y progresista, debe ser el centro para el cual converjan los esfuerzos de los espíritas, desestimulándose así, las creencias, las visiones mitológicas acerca de Dios y del Universo, las curaciones milagrosas, sustituyéndose el pensamiento y los actos mágicos por el incentivo al conocimiento racional, construido por el natural y sano intercambio entre las dimensiones material y espiritual.