Jon Aizpúrua
Ex-presidente de CEPA (1993/2000) y actual Asesor de Relaciones Internacionales
Los espíritas estamos acostumbrados a hablar de “espiritismo” en singular, cuando nos estamos refiriendo a la doctrina fundada, sistematizada o codificada por Allan Kardec en el siglo XIX. De manera reiterada se suele decir que “el espiritismo es uno solo” y que la causa de las divergencias que suelen aparecer y reaparecer en distintas épocas hay que ubicarla en las particulares condiciones espirituales, intelectuales o morales, de cada uno de sus seguidores, ya se trate de encarnados o desencarnados, médiums o no, atribuyéndose también un peso significativo a la influencia de tendencias negativas derivadas del orgullo, los prejuicios, o las creencias derivadas del dogmatismo o del fanatismo.
Sin embargo, estamos convencidos de que sería mucho más apropiado utilizar este vocablo en plural, “espiritismos”, si deseamos abrir los ojos a lo que es ya una realidad acerca de lo que ha sucedido y está ocurriendo con la propuesta kardecista, y no apenas sucumbir a nuestros deseos. Dejaremos a un lado ahora para el propósito de nuestra exposición los sincretismos, en los que se amalgaman creencias católicas y tradiciones africanas e indoamericanas con exuberantes y heterogéneas prácticas mediúmnicas cuyos participantes no vacilan en presentarse como espiritistas, tal cual lo hacen también los integrantes de agrupaciones que se han constituido alrededor de las opiniones o enseñanzas de pretendidos Maestros o entidades espirituales superiores y que de manera explícita rechazan o subestiman la orientación kardecista. Y no nos ocuparemos tampoco del denominado “moderno espiritualismo”, muchas veces impropiamente denominado “espiritismo anglosajón”, uno de cuyos rasgos distintivos es el rechazo a la tesis reencarnacionista.
Ya de por sí, las anteriores menciones abonan mucho a favor de esa pluralidad de espiritismos sobre la cual estamos comentando, pero nuestra reflexión no va principalmente en esa línea, y sí en la de llamar la atención acerca de las numerosas y variopintas modalidades que se aprecian en el movimiento espírita mundial, sea en los grupos, sociedades, fraternidades, federaciones de ámbito nacional e internacional; también en los congresos o en las publicaciones o en las declaraciones y exposiciones de los líderes, escritores, oradores o médiums, por no mencionar las prácticas mediúmnicas en cuyo ámbito prosperan distintos criterios u ocurrencias y las diferencias se tornan abismales. La realidad objetiva es que instituciones y personas que, matices aparte, reconocen la obra de Kardec como su referencia esencial, hacen lecturas bastante dispares y en ocasiones antagónicas del mismo espiritismo y del pensamiento de su fundador.
En nuestra opinión, reconocer y asumir esta pluralidad ya es un asunto de sentido común porque los hechos la señalan con claridad. Y nos parece del mayor interés reflexionar acerca de las causas y las claves de las divergencias que separan a los espíritas. Es evidente que no hay diferencias sustanciales en lo que concierne al reconocimiento y proclamación de los postulados básicos que definen al espiritismo: Dios, espíritu, supervivencia, evolución, reencarnación, causalidad espiritual, mediumnidad, vida universal. Sin embargo, sí las hay, y muy profundas, en lo que se refiere a las concepciones, explicaciones o interpretaciones de esos principios y de sus derivaciones o aplicaciones.
Lo primero que se impone es analizar si las enseñanzas de Kardec, fruto de sus investigaciones y las orientaciones dictadas por los espíritus que le asesoraron, fueron suficientemente claras y explícitas como para haber dejado resueltas todas las cuestiones filosóficas, científicas, éticas, de orden material o espiritual, que se dispusieron a examinar siguiendo un admirable trazado metodológico. En este punto crucial podemos encontrar la raíz de las divergencias que han dado origen a varios espiritismos.
Conviene recordar que de manera insistente Kardec advirtió que el espiritismo debía avanzar con el progreso y rectificar en lo que estuviese errado, y eso es lo que procede cuando se trata de una doctrina filosófica y científica de consecuencias morales, sobre la cual sentenció que “su verdadero carácter es el de una ciencia y no el de una religión”. Acerca de muy diversas materias aclaró que había formulado algunas teorías con carácter hipotético y que por lo tanto debían esperar su confirmación en el porvenir o de lo contrario ser desechadas. Infelizmente, estas definiciones, que nos lucen claras y precisas, son sin embargo ignoradas, o interpretadas capciosamente, sometidas a un proceso de resemantización para que no digan lo que dicen y no signifiquen lo que realmente significan.
Aun así, hay que admitir que sobre determinados puntos el ilustre pensador francés no fue suficientemente explícito, incurrió en ambigüedades y contradicciones, y no consiguió rebasar los moldes de la teología cristiana ni de las nociones científicas imperantes en su tiempo. De aquí que algunos espíritas se sirven de sus opiniones para respaldar las propias, mientras que otros, con esas mismas citas, sostienen conceptos muy diferentes.
Muchos espíritas, la mayoría a decir verdad, en contradicción con el proyecto kardecista, asumen el espiritismo como una religión, o incluso como LA religión. Suponen que en las obras básicas de la codificación está dicho todo y que todo lo que está dicho allí es absolutamente cierto, indiscutible e intocable. Consideran que la misión del espiritismo es el restablecimiento del “cristianismo primitivo u original” y en consecuencia la evangelización representa la síntesis de la tarea por cumplir en el mundo. Y si al lenguaje que emplean vamos, es tan místico, edulcorado, melindroso y conservador, que supera al de cualquiera de las tantas congregaciones evangélicas que compiten por ganar adeptos en todas partes. Cuántas veces leemos o escuchamos, para nuestro asombro, que los representantes del espiritismo cristiano se presentan como “los trabajadores de Jesús” y que su labor consiste en “llevar más ovejas al rebaño del Señor”! De paso, cada día cobra más fuerza en ese movimiento una concepción desnaturalizada de Jesús, de quien dicen que no fue “ni hombre ni Dios”, ratificando así que han adoptado la tesis roustainguista del Jesús fluídico y se han apartado de la enseñanza kardecista respecto a la condición humana, enteramente natural de Jesús.
Quienes nos definimos como espíritas laicos, librepensadores, arreligiosos, humanistas, universalistas, racionalistas, plurales, progresivos y progresistas, pensamos de otra manera, nos expresamos con un lenguaje muy diferente, concebimos distintos caminos y metas para el proyecto kardecista, y por eso, estamos ubicados en otro espiritismo. No pretendemos tener la verdad, la cual por definición es imposible de asir o de aprehender en términos definitivos o absolutos. A lo sumo sería nuestra verdad. Con humildad reconocemos nuestras limitaciones, apenas compensadas por la vocación que nos impulsa hacia el estudio, al uso de la razón, a la duda y a la búsqueda del saber antes que de la creencia, y al ejercicio del irrenunciable derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión, libres de ideas supersticiosas provenientes de la cultura del pecado o de las culpas. No tenemos vocación de ovejas, preferimos sentirnos como águilas que despliegan sus alas majestuosas para volar libres hasta las alturas y divisar nuevos y más amplios horizontes.
Hacer estas precisiones en cuanto a los linderos que nos separan dentro del movimiento espírita, no solo implica reconocer una realidad por todos sabida, sino que ella puede ser asumida con espíritu sereno, con ánimo para el diálogo y disposición para el establecimiento y consolidación de un clima fraterno en las relaciones que han de primar entre los espíritas, respetando lo que cada uno, conforme a su libre albedrío, entienda o acepte. Con frecuencia se suele apuntar que “entre los espíritas es más lo que nos une que lo que nos separa” y eso es cierto si estamos haciendo referencia a los postulados centrales de la doctrina espírita, los que constituyen su núcleo duro, pero, como hemos anotado, no lo es tanto cuando se trata de definir al espiritismo y de abordar en todas sus implicaciones el análisis de cada uno de esos principios y la complejidad de sus consecuencias.
Hay espacios y momentos apropiados para que los diversos espiritismos se comuniquen, dialoguen y compartan conocimientos y experiencias. Un diálogo sin descalificaciones y al margen de la pretensión de que querer convertir a nadie. Quién sabe si un diálogo así practicado, pueda redundar en un significativo beneficio para la comprensión y difusión del Espiritismo, éste sí, en singular y con mayúscula.