Dante López
Ex-presidente de la CEPA (2008/2016)
En estos días se está cumpliendo un año del momento en que nuestro planeta empezaba a tomar consciencia de la Humanidad estaba enfrentando una pandemia.
A los gobiernos les llevó dos meses desde las primeras manifestaciones en China para tomar consciencia de la gravedad de la cuestión y de la necesidad de tomar medidas extraordinarias para paliar sus consecuencias.
El miedo comenzó a hacer sentir en la población y las reacciones de los gobernantes fueron diversas. Los hubo que cerraron sus fronteras y su economía temporalmente y otros que priorizaron la economía y dedujeron que sería más perjudicial para todos detener la actividad.
No nos detendremos a analizar quienes estuvieron más atinados, porque a la luz de los resultados obtenidos, ninguno de los extremos tuvo buenos guarismos.
Los que mejores resultados obtuvieron son los gobiernos que impulsaron la conducta solidaria y disciplinada de sus ciudadanos, los que apelaron a la responsabilidad y la consciencia de la gente.
Es interesante observar, a un año de haberse iniciado el proceso, cuantas discusiones y aprendizajes tuvimos alrededor de este proceso, y de eso se trata la vida.
En uno de los extremos tenemos a los gobiernos de EE. UU. y Brasil, que priorizaron mantener la actividad económica sin la prudencia necesaria, con la idea de que el mal menor para la gente sería por ese camino. ¿El resultado? Acercándose peligrosamente al dos por mil de su población con fallecimientos por Covid. Los peores resultados.
Otros países como Argentina, en el otro extremo, cuando no, cerraron su economía por seis meses, sus escuelas y universidades por todo el año y están cerca del uno y medio por mil de fallecimientos por Covid. Pero además con tremendas dificultades económicas, un índice de pobreza que llega al 50% de la población, y un daño incalculable a los millones de niños y jóvenes en su proceso educativo.
En el medio tenemos países como Alemania, o Francia, que fueron trabajando la situación apelando a la responsabilidad ciudadana y obteniendo resultados un poco inferiores al uno por mil de su población.
Peores o mejores resultados, pero nadie se libró del flagelo.
Hasta hoy debemos lamentar el fallecimiento de unas dos millones quinientas mil personas en todo el mundo. Aproximadamente el 0,33 por mil de la población mundial.
Para ponerlo en perspectiva: Entre 1918 y 1919 se extendió a gran velocidad por todo el mundo la llamada Gripe Española: en sólo 18 meses infectó a un tercio de la población mundial y se cobró la vida de 50 millones de personas, cinco veces más fallecidos que en la Primera Guerra Mundial.
Esta tremenda pérdida significó aproximadamente un 25 por mil de la población de la tierra en ese momento. Es decir, proporcionalmente 100 veces más que ahora.
Podemos sacar algunas conclusiones a partir de estos simples datos numéricos.
Indudablemente la Humanidad ha progresado muchísimo en términos económicos, científicos, sociales y ambientales, lo que permitió que las personas tengan un nivel de inmunidad muy superior a 100 años atrás.
La calidad de vida ha mejorado sensiblemente, con acceso a sistemas de saneamiento, agua potable, gas y electricidad, con calles pavimentadas y control de residuos. Calefacción y refrigeración están bastante expandidas por los hogares de quienes tienen acceso al trabajo.
Estamos hablando de una parte importante de la población. Somos conscientes de que falta muchísimo para que este nivel mínimo de confort llegue a toda la humanidad, nos referimos en términos comparativos con la situación que se vivía hace un siglo.
La medicina está disponible en calidad y cantidad para buena parte de la población, eso se puede verificar en un aumento en el promedio de vida, que hace 100 años era de un poco más de 50 y en la actualidad sobrepasa los 70 años.
Queda demostrado este tremendo avance en la tecnología médica por la rapidez en tener disponibles una decena de vacunas contra la nueva cepa del Covid en menos de un año.
Seguramente faltan sacar muchas conclusiones acerca de cómo enfrentó cada individuo esta realidad, cómo actuaron las sociedades, los países, los gobiernos, la OMS y los Organismos Multilaterales, pero tenemos que ser conscientes de un tremendo avance en las condiciones de vida de la Humanidad en estos últimos 100 años, fuertemente marcados los límites por las dos pandemias que impactaron en el planeta.
Si a este razonamiento optimista le podemos agregar el crecimiento observado en el estudio de la espiritualidad trascendente, donde vemos un fuerte avance en la valoración de todas las disciplinas espiritualistas, y que ya, definitivamente, muchos seres humanos encuentran la espiritualidad por fuera de las religiones tradicionales, sentimos que, a pesar de todo lo que falta, tenemos que estar felices por lo alcanzado.
Faltará más compromiso participativo y solidario, para lograr que las personas que no alcanzaron los niveles mínimos de confort del siglo XXI puedan obtenerlo. Para eso necesitaremos elegir gobernantes que piensen más en la gente que en sí mismos y sus carreras políticas, que no vean al Estado como propio y se vean a sí mismos como servidores públicos.
Cada uno de nosotros, con profunda convicción espírita y sabiendo que los cambios se ven en períodos largos de tiempo, sigamos trabajando por mejorar nuestro entorno, dando el mejor ejemplo de humanidad que nos sea posible en los lugares que nos toque actuar, y sigamos luchando por lograr un mundo mejor cada día.