Milton Medran Moreira
Asesor de Relaciones Internacionales de CEPA
Allá por los años 90 del siglo pasado, visité una playa llamada Venice (Venice Beach), en el estado de California. Allí había una serie de puestos albergando a activistas, creyentes y propagandistas de las más diferentes causas. Se veía un poco de todo: gente haciendo campañas ecológicas, religiosos predicando la Biblia, gitanas leyendo las líneas de las manos y videntes prediciendo el futuro de muchas personas curiosas.
En medio de todo esto, que algunos podrían llamar un verdadero "choque de energías", también recuerdo haber visto, por primera vez, un movimiento organizado de ateos con carteles reivindicando respeto por sus ideas y distribuyendo panfletos a los que pasaban por allí.
Los ateos, en un país y en un continente donde el fundamentalismo cristiano todavía tiene un peso significativo, incluyendo fuertes influencias en la política y en las decisiones judiciales importantes de los tribunales superiores sobre costumbres, comenzaban, allí, a no ocultar sus verdaderas ideas. Protestaban contra las impregnaciones teístas de la sociedad organizada y reclamaban, más que un estado laico, un estado ateo.
Desde entonces, ha crecido mucho, en todo el mundo occidental, lo que podría llamarse la ola ateísta. De hecho, se ha vuelto de moda ser ateo. Artistas, escritores, cronistas, intelectuales, especialmente después de algunos best seller sobre el ateísmo, se animan a proclamar su no creencia en una divinidad. Pero invariablemente, cuando se refieren a Dios, lo hacen a partir de los conceptos de divinidad creados por las religiones. El dios personal judeocristiano, el dios creador de todas las cosas, que hizo todo de la nada, es el que generalmente los ateos niegan. Muchos de ellos incluso tienen convicciones, o al menos alguna simpatía por la tesis de la supervivencia del espíritu después de la muerte. Pero no pueden compatibilizar el dios de las religiones monoteístas con un esquema de vida mínimamente racional y que obedezca a leyes inteligentes, capaces de extrapolar la materia densa de la que estamos envueltos.
El espiritismo propone un concepto de Dios que va mucho más allá del creado por las religiones. Al afirmar que "Dios es la inteligencia suprema y la causa primera de todas las cosas", el espiritismo le elimina el antropomorfismo y lo presenta como la gran Conciencia Universal.
Este concepto es compatible con las tendencias de la ciencia moderna. Amit Goswami, uno de los físicos más prominentes de la actualidad, en su libro "El Universo Autoconsciente", sustenta que el Universo sería matemáticamente inconsistente sin la presencia de una inteligencia superior. Pronostica que, en este siglo, Dios dejará de ser un tema de las religiones para convertirse en una cuestión de las ciencias.
No tiene sentido reducir a Dios a una creencia. No es una cuestión de fe, impuesta por el miedo o incluso como una búsqueda de recompensa futura. Es algo (algo y no alguien), reclamado como indispensable para entender mínimamente sobre el fascinante orden que sostiene el universo.
Aún siendo uno de los principios básicos del espiritismo, la existencia de Dios, sin embargo, no es su tema central. El gran tema del espiritismo es el ESPÍRITU, definido en la pregunta número 23 de El Libro de los Espíritus, como el "principio inteligente del universo".
Con mucha propiedad, y con el objetivo de eliminar definitivamente del espiritismo la condición de una creencia, centrada en la divinidad concebida por las religiones monoteístas, Jaci Regis, que nos dejó el 13 de diciembre de 2010, desencarnó proponiendo que el espiritismo se convirtiera en la verdadera "ciencia del alma", porque ahí está el objeto esencial de su propuesta de conocimiento.
El día que tengamos un sólido conjunto probatorio de la realidad del espíritu, de su supervivencia después de la muerte y de su esencialidad como el verdadero agente de la conciencia humana, estaremos allanando el camino para la comprensión de las conciencias sobrehumanas y, por lo tanto, a una Conciencia Universal, sobre la cual no se pueda concebir ninguna otra inteligencia.