Ricardo Nunes
Ricardo de Morais Nunes

Funcionario público, Formación en Derecho, Licenciado en Filosofía

Este artículo fue escrito el 07 de marzo de 2022, desconozco cuál será la situación de la Humanidad en el momento de su publicación. Nunca hemos estado tan cerca de un conflicto nuclear desde la década de los 60 con la llamada Crisis de los Misiles de Cuba, cuando Estados Unidos descubrió instalaciones de misiles soviéticos en territorio cubano, por tanto, en sus inmediaciones.

Mucho le debemos al sentido común de los Estados Unidos y de la Unión Soviética en su momento, porque, a pesar de la gravísima crisis de unos días que atravesó el mundo en ese momento histórico, supieron dar un paso atrás y dialogar, evitando con esa actitud una tercera y última guerra mundial.

Espero que para cuando se publique este artículo, ya se habrá establecido la paz entre Rusia y Ucrania.

Rusia invadió un país soberano y eso es reprobable. Estoy de acuerdo con el excanciller de Relaciones Exteriores de Brasil, Celso Amorim cuando dice que, en términos de derecho internacional, tal invasión es “inaceptable”. Según Aldo Fornazieri, profesor de sociología, está en juego el concepto de guerra preventiva:

“que garantiza a un Estado atacar a otro Estado, incluso si este último no haya desencadenado la hostilidad, pero que represente algún peligro de ataque futuro a juicio de ese Estado agresor. Fue bajo esta justificación que Estados Unidos atacó Irak y Afganistán. Ninguno de ellos desarrolló cualquier hostilidad ni representaba ningún peligro inmediato para los estadounidenses. Rusia aplicó la misma justificación contra Ucrania. Ésta no generaba hostilidad y no representaba ningún peligro inmediato para Rusia” (“La guerra preventiva imperial de Putin” – Aldo Fornazieri).

Según Fornazieri, la tesis que defiende la realización de guerras preventivas atenta contra el derecho y el orden internacional.

Sin embargo, es necesario conocer los hechos, incluso para encontrar soluciones para la paz en este conflicto y también para posicionarnos mejor frente a él. La profesora de derecho internacional, Carol Proner, en un artículo reciente, en el que trata de comprender las razones de la guerra, afirma correctamente, en mi opinión:

Estas son solo algunas de las variables que se suman a los niveles de complejidad del conflicto en Ucrania. De ninguna manera justifican el despliegue militar de Rusia contra el país eslavo, pero explican las razones históricas acumulativas que deben entenderse incluso como un factor para desentrañar una salida a la guerra en curso. Conocer en profundidad el conflicto también proporciona subsidios para razonar un nuevo arreglo internacional que impida no solo la guerra en sí, sino nuevos tipos de injerencia, desestabilización y golpes de Estado”. (“Lo que sucede en Ucrania va más allá de lo que supone la lógica interna de la ONU”- Carol Proner).

La guerra, aunque lamentable, como cualquier otro fenómeno social y político, también puede hacernos conocer más las estructuras de este mundo en el que vivimos. La guerra puede enseñar sobre el ser humano en particular y sobre nuestras sociedades en general.

Es posible constatar, en las páginas de la historia más reciente de Ucrania, una gran agitación política e institucional, en la que fuerzas contradictorias prorrusas y prooccidentales se enfrentan seriamente en la lucha por el poder en ese país. No entraré en todos los detalles históricos, culturales y políticos que envuelven a esa nacionalidad y sus relaciones con Rusia. Para los que quieran saber un poco más sobre este tema, hay mucho material en internet.

Ucrania fue una de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. De este modo, particularidades que son fruto de esta relación histórica aparecen con fuerza en esta grave crisis, tanto en el sentido de que existen legítimas aspiraciones nacionalistas de independencia total de Rusia, por parte de los ciudadanos ucranianos, como en el sentido de la existencia de regiones geográficas separatistas que desean su independencia por ser prorrusas.

La OTAN está rodeando militarmente los territorios de Rusia a través de las naciones vecinas a sus fronteras y, al hacerlo, está violando los acuerdos internacionales realizados desde la época de la disolución de la Unión Soviética.

Hay un mapa muy interesante disponible en Internet que muestra muy claramente el asedio de la OTAN a Rusia a través de las naciones vecinas, siendo Ucrania uno de los últimos espacios en términos de seguridad geopolítica rusa aún no ocupados.

La OTAN es la Organización del Tratado del Atlántico Norte. En otras palabras, una alianza militar occidental liderada por Estados Unidos. Es un producto de la guerra fría que rivalizó con el pacto de Varsovia, una alianza militar de países socialistas.

El Pacto de Varsovia se extinguió debido a la disolución de los países socialistas a finales del siglo XX. La OTAN sigue plenamente activa hoy en día, a pesar de que la razón de su existencia, el comunismo soviético, ya no existe.

Según el gobierno ruso, hay motivos para recelar, porque la OTAN, en sus fronteras, significa la posibilidad de tener un vecino hostil con armas nucleares listo para atacarlo, lo que llevaría a un desequilibrio de fuerzas entre potencias históricamente rivales y nucleares. Rusia trata este acercamiento de la OTAN como una “amenaza existencial”.

Como espírita y también por la característica de mi personalidad, siempre estaré en contra de las guerras y rechazo la violencia como forma de resolver los conflictos interpersonales y también entre naciones, aceptando la violencia solo en último recurso como legítima defensa ante una agresión injusta.

Sin embargo, observo en la historia que la violencia ha sido el modus operandi de resolución de conflictos entre naciones soberanas innumerables veces, y que los intereses económicos, políticos y finalmente geopolíticos de las naciones militarmente poderosas son los que finalmente prevalecen.

Desafortunadamente, la ley del más fuerte aún prevalece entre las naciones, a pesar de todo el avance del derecho internacional y de los foros internacionales.

De esta manera, lamento profundamente la invasión de Rusia a Ucrania, y lo siento de todo corazón por todos los que están muriendo en ese país a causa de esta ocupación. Pienso en los ciudadanos comunes, e incluso en los soldados de ambos bandos, que sufren en medio de toda la destrucción de una guerra, y que acaban por tener sus vidas privadas profundamente alteradas.

El número de refugiados de Ucrania, en este momento, ya es alarmante, lo que constituye un gravísimo problema de acogida de estas personas en varias partes del mundo, y especialmente en Europa.

Es necesario decir, no obstante, de acuerdo con mi honestidad intelectual y con mi sentido de la justicia, que también lamento este irresponsable asedio militar proporcionado por las fuerzas de Occidente, que constituye una verdadera provocación temeraria, desde un punto de vista realista de las relaciones internacionales, a una gran potencia nuclear.

Más responsabilidad es lo que esperamos de los líderes de Occidente o de Oriente, más aún de aquellos que pueden iniciar una guerra nuclear, de la que no nos salvaremos, ni los ucranianos, ni los rusos, ni nosotros los terrícolas, si una contienda de esta naturaleza se produce.

Tanto en Brasil como en el mundo entero, este tema es objeto de acaloradas discusiones. De hecho, vivimos la era de los debates en las redes sociales, cancelaciones y bloqueos, en virtud de las opiniones sobre diversos temas de la vida política y social. Incluso hay espíritas que se colocan de un lado o del otro del conflicto.

Entiendo, sin embargo, que no se trata de considerar este conflicto de manera maniquea, en términos de buenos y malos en campos claramente delimitados. Existe una responsabilidad mutua de todos los agentes implicados en esta guerra, la cual, incluso, podría haberse evitado si hubiera habido buen sentido geopolítico entre las partes.

La consciencia de la posibilidad de que se produjera una guerra sobre este delicado asunto ya era conocida por todas las partes involucradas, tanto por parte de los rusos y ucranianos como por parte de las potencias occidentales.

Los rusos, en los últimos años, han dejado clara su posición en los foros pertinentes, y los gobiernos occidentales han sido advertidos, incluso por importantes expertos y autoridades en relaciones internacionales del propio Occidente, que esta proximidad de la OTAN a las fronteras rusas suponía un grave riesgo.

Una vez instalada esta lamentable guerra, creo que la mejor posición de los espiritistas y humanistas en general es manifestarnos a favor del alto el fuego, el diálogo, la diplomacia y la paz, y confiar en una buena resolución que contemple el equilibrio internacional entre potencias nucleares.

Por lo tanto, no estoy a favor de invadir ningún país. Pero ninguna de las partes involucradas, ya sea Biden, Putin, Zelensky o los líderes europeos, está exenta de responsabilidad en las causas del conflicto.

Estos personajes y sus gobiernos tienen extrema responsabilidad en estos graves problemas que estamos viviendo. No considerar la responsabilidad histórica y política de los principales actores internacionales en las causas que llevaron a esta guerra, significa tener una visión parcial de la realidad.

Es necesario conocer la complejidad de la realidad, más aún en tiempos de discurso único, en los que se busca encontrar un “chivo expiatorio” para los problemas del mundo. Ha ocurrido con frecuencia en nuestros días, sobre este tema, pero también sobre otros temas relevantes para la sociedad, verdaderos “bombardeos mediáticos”, en los que los análisis van en una sola dirección.

Este procedimiento de simplificar los problemas de forma binaria, mediante la “demonización” de naciones, grupos o individuos con miras a atribuir una culpa o responsabilidad exclusiva en complejos problemas sociales, ha ido muy mal en la historia. El Holocausto de los judíos por parte de los nazis, la discriminación y persecución de los islamistas después del 11 de septiembre. La ola de xenofobia, la estigmatización de los chinos, debido a la pandemia del coronavirus, son solo algunos ejemplos.

Por lo tanto, a principios del siglo XXI, no necesitamos la rusofobia, por mucho que respetemos el derecho de Ucrania a la soberanía.

Finalmente, olvidé abordar en este artículo las cuestiones económicas en juego en esta guerra, las cuales forman el trasfondo de todo lo que está sucediendo en este conflicto que, aunque regional, implica intereses globales de las grandes potencias involucradas. Ya que tales intereses representan la búsqueda de la hegemonía en el sistema capitalista internacional.

Si me fuera posible hacer un manifiesto sobre esta contienda, aprovecharía la oportunidad en la que estamos percibiendo un grave riesgo de guerra nuclear, para un manifiesto llamando a la renuncia total, por parte de todas las grandes potencias, al uso de armas nucleares.

Pienso que esta renuncia contribuiría de un modo efectivo, si no a la paz universal, al menos a evitar el riesgo de la aniquilación instantánea de la Humanidad. ¡Que los ejemplos históricos de Hiroshima y Nagasaki permanezcan para siempre en nuestra memoria colectiva de manera indeleble!

¡Que nuestra parte de espíritas fomente el diálogo, la comprensión mutua y la paz! Más que nunca es necesario comprender para resolver. Y comprender no significa justificar y mucho menos desear la guerra. Simplemente significa no renunciar a la racionalidad, incluso en un momento tan difícil en la historia del joven siglo XXI.

[Artículo publicado originalmente en el periódico Abertura, núm. 384 de abril de 2022]

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